martes, 21 de mayo de 2013

Entrevista a Aleida Guevara March


DIARIO TIEMPO ARGENTINO  Buenos Aires, lunes 20 de mayo 2013

"Solidaridad es dar lo que otro pueblo necesita"

La hija del Che cuenta sus experiencias  como integrante de las brigadas médicas de Cuba.

 
Aleida Guevara March es médica pediatra, y una luchadora internacionalista incansable. También, como se sabe, es la hija de Ernesto Che Guevara, y una firme defensora de su legado.
Tiempo Argentino conversó a fondo con Aleida en el Centro Oftalmológico Doctor Ernesto Guevara, en la ciudad de Córdoba, donde la Fundación Un mundo mejor es posible (presidida por la argentina Claudia Camba e integrada por médicos cubanos y locales) lleva adelante, desde 2009, la Operación Milagro, destinada a devolver la vista a miles de personas de escasos recursos. El Centro funciona dentro de la Clínica Junín, recuperada por sus trabajadores, donde ya se han practicado 3338 operaciones y van en aumento. Un marco ideal para hablar con una mujer aguerrida que ha hecho de la solidaridad una forma de vida.
Hace apenas dos semanas, el canciller brasileño Antonio Patriota informó que el déficit de médicos en el país será cubierto con el envío de 6000 profesionales cubanos, que llegarían a Brasil en los próximos meses. La iniciativa fue propuesta por la presidenta Dilma Rousseff cuando visitó La Habana en enero de 2012. Además del envío de médicos, la mandataria defendió un proyecto para producir medicamentos de forma conjunta.
 
–Hace 50 años, en mayo de 1963, partía para Argelia la primera brigada médica cubana e inauguraba así un derrotero que se ha ido acrecentando año a año y aún continúa. ¿Qué significado le da a esta idea de enviar médicos cubanos a distintas partes del mundo, y cómo surgen estas Brigadas?
–Antes que nada, decir que al surgir el proceso revolucionario del 1º de enero de 1959, cambia la vida de los cubanos en muchos aspectos. Desde el comienzo, la Revolución se da cuenta de la necesidad de ser solidaria con muchos países y otras gentes del mundo. Cuba estaba aislada, sufríamos la presión de Estados Unidos y el bloqueo, y es por ello que tomamos conciencia de que la única manera de romper esa política agresiva era precisamente la solidaridad internacionalista. En los primeros años de la Revolución, Cuba se queda con muy pocos médicos: la mitad de los profesionales de la salud emigran para los EE UU, debido a la campaña de propaganda y el veneno que se utiliza en estos casos cuando un país empieza a liberarse. Coincidentemente con eso, se abre la Universidad cubana con amplitud, para que todos los que quisieran estudiar Medicina pudieran hacerlo. En 1963 teníamos un grupo pequeñito de médicos, y justo coincide con el triunfo de la Revolución argelina. Desde el primer momento, en Cuba, se desarrolla una gran admiración hacia ese proceso revolucionario, y nos damos cuenta que necesitan apoyo. Porque una vez que allí triunfó la Revolución, los franceses se fueron, llevándose consigo a todos los profesionales, que eran de esa nacionalidad. De manera que a partir de ese momento existía una necesidad inmediata de apoyo en Salud. Es así como el Gobierno cubano se conecta con el de Argel y ofrece la ayuda. Pienso que es de esta forma, en que nos damos cuenta qué significa la solidaridad. No dar lo que a ti te sobra, sino dar lo que otro pueblo necesita, aun a costa de ti mismo. Ese es un principio rector de la Revolución Cubana.

–¿Cuántos médicos fueron entonces a Argelia?
–Fue una brigada pequeñita, de unos 50 personas. Este caso se relaciona también con mi padre, ya que él tiene que viajar para verse con el presidente, y pide reunirse con nuestros médicos. Uno de los recuerdos más importante de los compañeros, que aún viven y que estuvieron en esa misión, es la conversación que mantuvieron con el Che.
 
–Después de eso se abre una sucesión de iniciativas parecidas en otros países…
–Sí, demoramos un tiempo en hacerlo más masivo porque de verdad no teníamos tantos médicos, pero después Cuba comienza a prestar apoyo, con pequeños contingentes, a países que sufrieron distintos desastres naturales.  Recién en los años '80 comienzan a moverse Brigadas más numerosas. Allí es cuando comenzamos a tener más  cantidad de personas fuera del país actuando como médicos.  Nicaragua fue el detonante, porque es la Revolución más cercana a nosotros en ese momento, y necesitaba de personal médico.
 
–¿Allí le tocó ir a usted?
–Así es. Yo era, todavía, estudiante del último año de la carrera, tenía 22 años, y como no había suficientes médicos para enviar, Fidel se reúne con nosotros y nos explica la necesidad de viajar hacia allí. Entonces nos pregunta quién quería hacer su último año de la carrera en Nicaragua. Un montón de muchachos levantaron sus manos, entre ellas yo, y me tocó ir en la segunda camada.
 
–¿A pesar del momento difícil que se vivía allí, pudo recoger enseñanzas que le sirvieron a futuro?
–Nicaragua nos permitió hacernos mejores seres humanos. Además, muchos, por primera vez salíamos de Cuba, éramos muy jóvenes y de pronto vimos cosas tan diferentes a nuestra realidad, que nos hizo tener más conciencia del privilegio que tenemos por ser cubanos. Fue muy bueno para los jóvenes que estábamos allí, poder comprobar la grandeza de nuestra Revolución. Por eso, lo considero un período de maduración tremendo.

–Usted también estuvo participando como médica en Angola.
–Sí, en una Angola en guerra. Cuba no solamente mandó tropas, porque ellos lo pidieron, sino que envió también maestros y médicos. A nosotros nos tocó estar en lugares donde habitualmente había tropas cubanas, pero en el caso mío, que era pediatra, estaba en la Capital, en un hospital pediátrico que luego se llamó "JosinaMachel" (por la heroína mozambiqueña). Yo pensaba que Nicaragua me había marcado, pero lo de Angola fue tremendo. Darte cuenta cómo la colonización intentó acabar con esos pueblos y sus culturas. De qué forma hizo que personas con inteligencia normal, se sintieran inferiores como seres humanos. Hay una anécdota que me pasa a mí en el hospital, donde una señora me pide ayuda para abrir una lata de sardinas. La lata tenía la llavecita puesta y era muy fácil abrirla, pero ella no sabía hacerlo. Entonces yo se la abro y se la doy, la mujer no quería comer hasta que no lo hiciera yo primero. Entonces tomé la lata de carne soviética que traíamos nosotros, la abrí y le dije: "yo como de la suya y usted de la mía". Me miró sorprendida, pero después hizo lo que yo le decía y comimos juntas.
 
–Otros compatriotas suyos cuentan que el pueblo angolano adora a los cubanos y cubanas que lucharon junto a ellos.
–Desde ya. Poco a poco fuimos tratando de romper las barreras que podían diferenciarnos. Yo soy muy blanca de piel, y por lo tanto era un contraste muy grande. Para ellos, los blancos siempre eran los amos, los dueños. A mí me gustan los niños, yo los cargo, los beso, los abrazo. Ellos no están acostumbrados que un hombre o una mujer blanca sea cariñosa con los niños. Era imposible para ellos pensar así, pero insistimos en  trabajar de esa manera. Me metí en la sala de niños y niñas tuberculosos, porque todos le tenían un poco de temor al contagio, pero en Cuba estamos vacunados y bien alimentados, y no tuve miedo.  Trabajé con ellos, y fue fantástico todo lo que esos niños me dieron, la fuerza, el cariño, la ternura. Había uno que se llamaba Celso, que le quitaba el pañuelo a la madre, y siempre me lo daba. Yo lo amarraba a Celso a mis espaldas y daba vueltas con él por todo el perímetro del hospital, cada mañana. Eso hizo que el director del hospital se pusiera muy bravo conmigo, diciéndome que eso no era correcto. Y le respondí que si eso lo hacía feliz al niño, por qué iba a ser malo, si además también me hacía muy feliz a mí. En esos momentos Cuba no tenía grandes problemas económicos, ya que existía el campo socialista europeo. Por eso, le escribí a mi mamá, y le pedí que recogiera toda la ropa que pudiera, entre los vecinos, y me la mandara. Efectivamente, llegó una caja enorme de ropa. Pasan los años y no puedo quitarme de la memoria, a Celso, vestidito de traje, con un pantalón corto. Disfruté mucho con su pequeña cuota de felicidad. También tuve grandes dolores, porque algunos niños se nos murieron. Pasamos dos epidemias de cólera, y muchos llegaban desfallecientes a nuestros brazos, y no podíamos hacer nada por salvarlos. Una vez, una niña llegó caminando a mi lado, la examiné y tenía una anemia profunda, con un gramo y medio de hemoglobina. Le mandé a poner un paquete de sangre, y el técnico se la puso congelado y la mató. No pude sacarla del paro, y eso me marcó para toda la vida, me hizo sentir responsable, yo era la médica y la que le ordené hacer esa transfusión.
–Supongo también que esos dolores la incentivaron a seguir luchando por cambiar tantas injusticias.
–Cada uno de nosotros nos comprometimos a luchar siempre para que esas cosas no ocurran, por eso, a partir de Angola, fui más atea de lo que era hasta entonces. Si Dios existe, está ciego o no es justo, y entonces no puedo creer en él. Tengo que creer en la capacidad de los seres humanos para tratar de evitar esto. En eso me he convertido, en una mujer cubana, que intenta por todos los medios denunciar estas injusticias donde quiera que estoy,  hablar del derecho de los seres humanos a que se los trate con respeto. Creo que una de las cosas más importantes, que muchas personas han olvidado, es que todos podemos tener creencias religiosas y hasta ideologías diferentes, la cuestión es respetarnos. Si lográramos eso, podemos vivir en comunidad, sin fricciones, en paz. «
 
 
El pañuelo del che
 
Aleida Guevara recordó que los funerales por su padre y los otros combatientes caídos en Bolivia, realizados en Cuba 30 años después, duraron siete días y que el pueblo se volcó a las calles. "Mi mamá estuvo todos los días junto al féretro de papá, sin separarse un instante, aguantando el duro momento por el que estaba pasando. Ya en Santa Clara, el último día, mamá rompió a llorar desconsoladamente. Es muy duro ver esto, me dijo entonces, porque ese hombre me amó y salvó a mis hijos. Traté de confortarla y entonces me contó la historia de un pañuelo blanco y negro. Resulta que durante la toma de Santa Clara, papá se cae y se rompe un brazo. Hay una foto bastante conocida en que se lo ve con el brazo envuelto en un pañuelo. Al parecer, tiempo después, mamá le regaló un pañuelo similar, recordando aquel momento. Estando papá en el Congo, cuando se entera de que mi abuela –su madre- se estaba muriendo, escribe un texto muy bello que se llama La piedra, donde dice: leal hasta la muerte, mi mujer me regaló un pañuelo y yo lo traigo conmigo siempre, si estoy herido me servirá de cabestrillo, si me muero será mi mortaja. Mamá nos recuerda la historia y dice, entre llantos, que ella tiene una réplica de ese pañuelo y lo quiere colocar junto a los restos de papá. Mi hermana y yo esperamos que la guardia cambiara, y luego abrimos la caja y mi mamá puso el pañuelo como tanto deseaba".
 
 
"Fidel es el padre de la operación milagro"
 
Fidel es el padre del "Yo sí puedo" y la "Operación Milagro". Él nos ha educado toda la vida con su ejemplo. A veces nos preguntábamos cómo hacía este hombre para no cansarse de imaginar solidaridad. Estoy segura que si Fidel tuviera millones, usaría ese dinero para mejorar la salud y el bienestar del mundo entero.
Todo este proyecto surge con el "Yo sí puedo". Empezamos a enseñar a leer y nos dimos cuenta que había una gran cantidad de personas que no se acercaban a estudiar porque no querían. Investigando, nos dimos cuenta que lo que ocurría es que no veían. Allí surgió la necesidad de devolverles la luz, no sólo desde el punto de vista físico, sino también intelectual. Lo hemos dicho siempre: para que una persona sea enteramente libre, tiene que ser culta, tiene que saber analizar las cosas que están a su alrededor, para poder tomar una decisión correcta. Así es que comenzó la Operación Milagro y le empezamos a devolver la vista a todos los que podíamos operar, de forma gratuita. Hicimos un estudio en el continente y llegamos a la conclusión que unos 10 millones de personas pueden necesitar de esta operación. Nos pusimos manos a la obra. Ya llevamos casi 6 millones de personas, en distintos países del mundo.
Ojalá los colegios médicos no se pusieran tan irritables porque hagamos algo por la gente. Nosotros no queremos quitarles sus clientes, queremos atender a los pacientes. Son cosas diferentes. Ojalá podamos hacer esto, no sólo en Córdoba sino en otras provincias, acercar este programa a los lugares donde vive mucha gente que lo precisa. Pienso que es una decisión que tendrá que tomar el Estado argentino en un momento determinado, así como creo que en otra circunstancia tendrá que unirse más dentro del ALBA. ¿Se imaginan a la Argentina dentro del ALBA? Uno de los gigantes del continente, que puede producir alimentos para nutrir a una décima parte de la humanidad. Sería algo glorioso, y espero de verdad que este lugar donde nació mi papá, pueda sumarse al resto de Latinoamérica desde ese punto de vista y comprenda que lo que tenemos que hacer, es luchar por un futuro mejor para nuestra gente.
 

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