martes, 26 de marzo de 2013

EL SEXTO HÉROE


Ricardo Alarcón de Quesada
Poco antes de morir, el 23 de marzo de 2011, Leonard Weinglass aún luchaba por la libertad de los Cinco cubanos injustamente encarcelados en Estados Unidos. La última foto que le tomaron en la sala de cuidados intensivos del Hospital Montefiore lo muestra revisando documentos de las apelaciones extraordinarias – Habeas Corpus – último recurso legal de nuestros compatriotas. Unos minutos después Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René perdieron a su más lúcido, tenaz y abnegado defensor.

Han pasado ya dos años y el tribunal de Miami aún no se ha pronunciado. La Fiscalía, por su parte, además de maniobrar para hacer interminable este proceso – algo que ha caracterizado su conducta desde que ellos fueron arrestados en la madrugada del 12 de septiembre de 1998 – trata ahora, en una insólita moción, que sea eliminada una parte sustancial de la apelación de Gerardo Hernández Nordelo.

Se sabe, desde la Antigüedad, que “justicia demorada es justicia negada” y no son pocos los profesionales del Derecho en Estados Unidos – jueces, fiscales, abogados – que han hecho lucrativas carreras manipulando papeles, retorciendo interminablemente leyes y procedimientos, dejando el tiempo correr para engrosar así sus bolsillos mientras aumenta el sufrimiento de las víctimas de un sistema que no sólo es profundamente injusto sino también deshonesto y cínico.

Len era completamente diferente. Fue uno de los más brillantes abogados defensores de la historia norteamericana. A su sólida formación jurídica y amplia cultura sumaba un espíritu investigativo acucioso y sagaz y dedicaba todo el tiempo a estudiar los casos que atendió en una larga trayectoria que inició muy joven representando a luchadores afroamericanos víctimas del racismo en su New Jersey natal. Pronto alcanzó notoriedad integrando el equipo de defensa de los Siete de Chicago en 1970 y desde entonces estuvo en el centro de las batallas legales más importantes – desde los papeles del Pentágono hasta Mumia – y defendió también a activistas puertorriqueños y palestinos y a otros perseguidos en la sociedad norteamericana. Su fama trascendió las fronteras de Norteamérica. Ante el riesgo de su deportación a Estados Unidos Julian Assange, el creador de Wikileaks, le pidió que lo representara en un eventual litigio ante los tribunales y él, por supuesto, accedió.

Cualquier abogado norteamericano se habría enriquecido con apenas una parte de lo que Weinglass hizo. Pero Lenny vivió modestamente y se fue a morir a un hospital de negros, puertorriqueños e inmigrantes. Era exactamente lo contrario al estereotipo antisemita del judío avaricioso.

Cuando a comienzos del 2002 le pedí que asumiera la defensa de los Cinco su respuesta fue simplemente: “Gracias, es un honor para mí.” NO hablamos de compensación monetaria. Me dijo que se concentraría en este caso y no se ocuparía de ningún otro salvo el de Kathy Boudin – la hija de su admirado maestro – cuya libertad él finalmente consiguió.

Desde luego que debimos asumir los gastos en que él incurrió defendiendo a los Cinco ante los tribunales y en actos públicos dentro y fuera de Estados Unidos. De esos gastos daba cuenta minuciosamente. Cuidó cada centavo con celosa terquedad. Nuestras únicas discusiones al respecto surgieron de su irremediable obsesión por buscar siempre la ruta más barata y el alojamiento más sencillo.

Lo vimos en La Habana  por última vez en febrero de 2011 cuando realizamos acá una reunión del equipo de defensa. Ya estaba enfermo pero fue el primero en llegar y fue el eje principal de una intensa reunión que duró toda la jornada. Al atardecer se sintió mal y tuvimos que llevarlo al hospital donde apreciaron la gravedad de su estado y quisieron retenerlo para realizarle algunas pruebas necesarias. Lenny se negó porque debía encontrarse al día siguiente con Adriana, la esposa de Gerardo. Accedió a regresar para continuar después el examen médico.

Len se hizo las pruebas pero con una condición inapelable: debía regresar a New York al siguiente día pues tenía concertada una comunicación telefónica con Gerardo.

Desgraciadamente el diagnóstico confirmaría lo peor. Despedimos a Weinglass haciéndole prometer que inmediatamente después de hablar con Gerardo se iría al hospital.

Demoró en hacerlo aún varios días hasta que finalizó los documentos de su Habeas Corpus. Algunos amigos habrían preferido que ingresara a una instalación hospitalaria de mayores recursos. Él dijo sentirse feliz donde estaba pues había encontrado entre el personal de servicio a antiguos clientes suyos.

Cuando el proceso de Chicago era frecuente que en los medios se refirieran al joven Lenny como “el otro abogado”.
En incontables ocasiones, en actos y declaraciones públicas, en Cuba y fuera de la isla, los cubanos y muchos que se solidarizan con esta causa, hemos acuñado una expresión repetida sin cesar: los “Cinco Héroes”. En verdad eran seis. Lenny es el Sexto Héroe.

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